Quienes me conocen de vista creen que soy un tipo serio y formal. Pero quienes realmente me conocen saben que soy algo paranoico. Yo considero que alguna dosis de paranoia es saludable. No se trata de imaginar peligros inexistentes, se trata de crear escenarios probables de riesgo. Mi paranoia consiste en imaginar que algo podría salir mal, en pensar qué riesgos existen, cuáles los impedimentos que podrían presentarse en cada situación. Finalmente, según las Leyes de Murphy, ?si algo puede salir mal, saldrá mal en el peor momento posible?. Resulta entonces que, no sólo soy paranoico, también un es
caso obsesivo. Todo lo previo viene al caso para justificar mi nueva paranoia. Ahora poseo miedo de Twitter y en común hacia todas las redes sociales. No es algo nuevo. Mi temor hacia Facebook, una enorme maquinaria disfrazada de red social que extrae información
sobre nosotros, es algo añejo. Ahí todo parece estar controlado y supervisado,
como si un mayor ojo viera todos los detalles y llevara registro de ellos. Es por ello que a Facebook lo uso nada más para mantener contacto con personas a las que no puedo contactar por otros medios; es un mal necesario, pero procuro no alimentarlo demasiado con
datos demasiado personales: nada de fotos familiares, fechas de cumpleaños,
encuestas o jueguitos. Dice el dicho: ?Si el artículo es gratis, entonces el artículo eres tú?. En cambio Twitter es distinto. Ahí la comunidad tuitera es más libre, más relajada y más irreverente. Twitter no posee mi información
como un bien que pueda revender. Allá no soy un producto. Si Facebook me parece un salón cerrado, Twitter se me figura una plaza libre en la que todos hablan y cualquiera puede escuchar; pero también parece que
entre tanta gente nadie le presta vigilancia a quienes no somos líderes de opinión, ni ? tweetstars ?, ni gente pública. En Twitter me sentía a gusto considerándome uno más
entre tanta gente anónima. Pero, y aquí empieza mi paranoia, tal vez esté equivocado. En las redes sociales nadie es totalmente anónimo Ahora que en México se acercan las elecciones para la presidencia del país estamos en plena etapa de campaña, y las redes sociales sociales son arenas significativos en donde se libra una guerra de declaraciones. Facebook y Twitter se han convertido en tema de batalla de los partidos políticos. Allá se enfrentan los candidatos y sus ejércitos, humanos y robots, radicales y moderados, todos contra todos. Y en recurso de esta guerra estamos los ciudadanos comunes, los no líderes de opinión, los no famosos, los anónimos. Sin embargo, en esta guerra electoral hay muchos intereses y muchos grupos detrás de ellos, la mayoría legales, otros ilegales. Volviendo a la analogía de Twitter
como plaza pública, en este momento la plaza está ocupada, llena de manifestantes que marchan apoyando cada quien a su grupo. También en esta plaza hay varios factores de todos los partidos políticos. Infiltrados también hay varios personajes que cogen nota de lo que decimos. Y es que, a
diferencia del mundo real, en las redes sociales todo quedará registrado; cada palabra puede ser almacenada, procesada y recopilada; cada ciudadano puede ser vigilado en su conjunto y de forma individual. Si tienen lugar las dispositivos para ello, ¿por qué los que hacen las campañas electorales no iban a utilizarlas? ¿Y los grupos que operan afuera de ley? También ellos tienen las mismas dispositivos. Yo sigo en Twitter las cuentas de varios candidatos, de hecho los sigo a todos para que no se diga que favorezco a alguno. Pero algunos de ellos, y organizaciones políticas afines, también me siguen a mí. ¿Por qué? ¿Por qué a mí, general y anónimo? ¿Qué soy yo para ellos? ¿Un contacto? ¿Un probable partidario? ¿Un probable adversario? ¿Un producto? Más aún, no conozco a todos mis 108 seguidores. ¿Qué soy yo para ellos? Mi paranoia crece. ¿Cómo emplean los partidos políticos las redes sociales? ¿Tendrán identificados quiénes hablan a favor y en contra de ellos? ¿Qué harán con esa información? ¿Aparecerá esto que escribo en un informe junto con mi nombre y fotografía? ¿Quién lo leerá? En las redes sociales nadie es totalmente anónimo. Y aún si me propusiera ser anónimo siempre habrían pistas que pudieran relacionarme con mi yo real. Por todo lo previo he decidido retirarme un tiempo de las redes sociales, hasta que la plaza pública vuelva a estar en calma y los partidos políticos hayan dejado de considerarme un producto. Para entonces la plaza estará bulliciosa pero menos vigilada, y mi paranoia haya regresado a un nivel manejable. Sin embargo no puedo abandonar de preguntarme: ¿Cómo emplean las redes sociales las bandas de secuestradores? ¿Buscarán en ellas los nombres y datos de sus próximas víctimas? Mi paranoia se hace más profunda y oscura.